En forma gradual, pero inexorable, la
vida pública Española se va volviendo escenario de hostilización
creciente contra la mayoría de inspiración cristiana, y de fomento
ostentoso a minorías adeptas a conductas más que cuestionables, las
cuales no cesan de aumentar su agresividad frente a quienes no
concuerdan con su forma de proceder.
En efecto, ciertos personajes públicos
ven todo lo que tenga origen claramente cristiano como si fuese
fundamentalismo, mientras todo lo que signifique conductas aberrantes
-sean de naturaleza sexual, sean actos que impliquen aceptación
creciente de las prácticas abortivas o de otras posturas contrarias al
derecho a la vida- es visto como digno al menos de tolerancia, cuando no
de franca simpatía.
España es objeto, desde finales del anterior regimen, ha ido poco apoco siendo
un verdadero alud de proyectos amorales, de sistemático menoscabo de la
familia cristiana y de promoción de las llamadas “minorías sexuales”,
transformandolas en un sector privilegiado por el Estado, con
consecuencias funestas sobre la moralidad de la sociedad.
Esa ofensiva anti-cristiana es de tal
envergadura que produce en los espíritus un maléfico efecto de
confusión, desconcierto y paralización, silenciando a las numerosas
fuerzas de opinión conservadora en el País que discrepan de estas
iniciativas.
Esa sensación de impotencia se produce
también por la amenaza de persecución que se hace sentir desde la
aprobación de la leyes a favor en lo referente a los
homosexuales, aborto etc. la cual es usada para paralizar las reacciones, como
ya sucedió con la valiente defensa de la familia.
En una palabra, se trata, no de impedir
las discriminaciones que pueda haber contra los homosexuales, sino de
dar a éstos las armas legales para que lancen una ofensiva general de
discriminación contra todos los que, en razón de los principios
cristianos, tienen objeciones a esas conductas y no quieren que ellas
contaminen a la juventud.
Así, hoy por hoy, el Estado se convirtió en el gran ejecutor de la "Revolución Cultural"
que, inspirada en las obras del fundador del Partido Comunista
Italiano, Antonio Gramsci, pretende instaurar un neo comunismo a través
de una drástica eliminación de las buenas costumbres nacidas bajo el
influjo de la Civilización Cristiana.
La política de concesiones se ha
instalado a la manera de una fiebre obsesiva. No piense el lector que
ella nos llevará a forma alguna de concordia nacional. Al contrario,
será la puerta para nuevas exigencias y concesiones, así como a nuevos
paradigmas de ruina moral, social y política, como fruto de la violación
sistemática e impune de la Ley Natural.
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