La campaña a favor del matrimonio
homosexual en EE.UU. está comenzando a parecerse a la Revolución Cultural
china, impulsada por Mao Zedong: políticos que abominan de sus antiguas
creencias, personas que hostigan a otras para que se retracten, jóvenes que son
invitados a creerse moralmente superiores a los “retrógrados” de generaciones
precedentes… Así dice el corresponsal de Spiked en EE.UU., Sean Collins.
“Todo esto suena preocupantemente
familiar”, apunta Collins. Según la nueva ortodoxia, no habrá un debate sobre
el matrimonio homosexual (MH), porque, según lo entienden los activistas de
esta corriente, no se puede discutir con “prejuicios” y “homofobia”.
A día de hoy, los más prominentes
apoyos del matrimonio homosexual en EE.UU. –voces del establishment que
incluyen a The New York Times y a políticos del Partido Demócrata– no transigen
con los puntos de vista del otro bando, y los descalifican como odiosos.
Activistas pro-MH están intentando hacer que las expresiones de apoyo al
matrimonio tradicional, o el cuestionamiento de los derechos matrimoniales de
los gais, hagan que palidezcan las leyes de Jim Crow o la negación del
Holocausto.
En su reciente sentencia, el
Tribunal Supremo de EE.UU., al anular la Ley de Defensa del Matrimonio (DOMA),
“adivinó” que el único motivo para aplicar esa ley fue un “patente deseo de
perjudicar a un grupo políticamente impopular” (ver Aceprensa, 28-06-2013).
Según el veredicto –en el que Collins observa una semejanza con la práctica
maoísta de reescribir la historia para adecuarla a sus intereses–, al tramitar
la DOMA en 1996, el Congreso estaba dominado por una irracional hostilidad a
los gais. De resultas, y tal como lo hacen los militantes pro-MH, el Tribunal
Supremo ahora debate si cualquier defensa del punto de vista tradicional sobre
el matrimonio es intrínsecamente malicioso.
Collins apunta que si los
defensores del MH insisten en querer hacer un dogma incuestionable el
planteamiento de que “el matrimonio tradicional es igual a prejuicio e
intolerancia”, se enfrentan con un obstáculo, esto es, los registros históricos
y la experiencia.
“En 1996 –explica Collins–, la
DOMA fue aprobada por una abrumadora mayoría de 342 miembros en la Cámara de
Representantes y por 85 senadores, y firmada por el presidente demócrata Bill
Clinton”. Ahora, sin embargo, el exmandatario y su esposa, Hillary, “saludaron
la decisión del Tribunal Supremo de echar abajo la DOMA, al entenderla como una
violación de la Constitución, y omitieron convenientemente que fue el propio
Bill quien la firmó y la convirtió en ley, y que ambos la alabaron en aquel
momento y durante años”.
La presión ha sido fuerte. Medios
como el Huffington Post han emprendido en los últimos tiempos una cruzada para
avergonzar a todos aquellos que no adoptan la óptica pro-MH. Los políticos
demócratas han estado bajo tales apuros que han acabado, en su inmensa mayoría,
plegándose a dicha línea. “Casi diariamente, durante todo el año pasado,
político tras político anunció que había visto la luz y renunciado a sus
antiguos prejuicios”, informa el corresponsal. Solo tres demócratas
resistieron.
Otra reminiscencia de la
Revolución Cultural maoísta la aprecia Collins en el principio de acudir a los
jóvenes como “fuente de sabiduría y pureza”. “Todo el tiempo nos están diciendo
que tenemos que privilegiar los puntos de vista de los jóvenes sobre el
matrimonio gay, antes que aquellos mantenidos por las generaciones
precedentes”. Así, políticos como el presidente Obama y el senador republicano
Rob Portman han referido que sus hijos los han llevado a cambiar sus
posiciones.
Sin embargo, volverse a los
jóvenes como una fuente de autoridad moral es otra manera de aparcar la
discusión. “Es como decir ‘si los jóvenes están abrumadoramente a favor, es
solo cuestión de tiempo; es inútil resistir; estás contra la historia, etc.’.
En muchos temas, no obstante, podríamos decir que los jóvenes están mal
dirigidos, que son muy inexpertos e inmaduros para saber qué es correcto, y que
sus criterios están sujetos a cambios a medida que crecen. Para el MH, en
cambio, debemos supuestamente seguirles la corriente y asentir cuando
aleccionen a los mayores acerca de cuán faltos de luz están”.
Muchos esperan que el resultado
final de este proceso sea un pragmático “vive y deja vivir”, pero cuando se observa
a ciertas personas que tratan deshonestamente de distorsionar la historia y que
elevan a los jóvenes como referente por sobre las generaciones anteriores para
tratar de erradicar cualquier remanente del pasado, se tiene la sensación de
que el matrimonio gay no es un asunto típico, y que sus promotores no
descansarán hasta que todos los demás se retracten de sus supuestos prejuicios
históricos.
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