En estos tiempos de pensamiento casi único y del predominio de lo “políticamente impuesto”, hay que recurrir a fuentes diversas para aproximarse a la realidad. Tanto se ha escrito sobre el avance de la extrema derecha del Frente Nacional de Le Pen en Francia, que enseguida se le ha asociado el relativo triunfo del partido de los “finlandeses auténticos” en las recientes elecciones generales del país báltico.
Se sumaría al avance del populismo en tantos y tan distintos países de la vieja Europa -si se exceptúa afortunadamente el caso de España-, como Noruega y Bulgaria, Austria y Holanda, Suiza, Hungría, o Francia. Se calcula que un total de 27 partidos han adquirido una influencia significativa en 18 países europeos.
Y es que la globalización no conduce sólo al triunfo del mercado contra el Estado regulador y protector, base del modelo europeo, de inspiración socialdemócrata. Provoca también el temor al “desclasamiento”, tanto individual como colectivo, que está en el origen del fenómeno populista y del rebrotar de los nacionalismos.
Realmente, en Finlandia los resultados fueron sorprendentes: el partido "Sannfinländarna" consiguió el 19% de los votos, sólo una décima menos que los socialdemócratas, y 1,3 menos que los conservadores de Coalición Nacional. Se ha convertido en la tercera fuerza política finesa, que no podrá ser ignorada: formará parte de un gobierno de coalición, o de una oposición con fuerza.
Pero he tenido que leer un reportaje de Francesco Saverio Alonzo, en www.labussolaquotidiana.it del 21 de abril, para saber que el líder del partido es católico, algo insólito en Finlandia, donde los fieles a Roma son neta minoría. Con ese dato, hasta ese momento para mí desconocido, se explican cosas que antes no me cuadraban: un católico no podía ser xenófobo. El propio Timo Soini se refiere a sí mismo en estos términos: "Yo soy católico, y en toda Finlandia, los católicos no somos más de 9.000 ó 10.000, pero a los miembros de nuestro partido no les importa que yo sea católico y contrario al aborto. Les interesa sólo la política”.
Ciertamente, Soini reúne en su programa los ingredientes de lo que suele conocerse como populismo: el contacto con los intereses reales del ciudadano medio, tantas veces ignorados por el aparato estatal, más o menos burocrático, y por los partidos clásicos. Se trataría de encarnar en directo, sin mediaciones, la voluntad de la sociedad, personificada en viejas tradiciones y en expectativas de futuro. En la práctica, apela más a sentimientos que a la razón, aunque en esto coincide con el conjunto de la praxis política en tiempos audiovisuales. Y, en definitiva, ofrece soluciones inmediatas, más o menos simples, a problemas cada vez más complejos, con riesgo evidente de caer en la demagogia.
Además de apelar a los más desfavorecidos, a los pensionistas o a los hombres del campo, Soini no va tanto contra el emigrante, sino curiosamente contra el predominio de la lengua y cultura sueca, que estaría demasiado presente a su juicio en la alta burguesía y en los medios financieros. A esa crítica social, se añade el rechazo de valores morales impuestos desde el poder, que considera ajenos a las tradiciones de Finlandia, y que son rechazados por luteranos y católicos, por musulmanes y judíos: uniones y adopciones gay, descrédito de la fidelidad conyugal, abuso de las drogas.
Sin duda, ha sabido capitalizar también el descontento popular por la obligación de contribuir con 1.400 miles de millones de euros al fondo de la UE para el rescate de Estados en dificultades financieras. Soini reitera que no está contra Europa, sino contra ese tipo de medidas. De hecho, señala la prudencia de países vecinos como Suecia y Dinamarca, que prefieren seguir fuera de la moneda única. Y se rebela contra quienes quieren aplicar a su partido la marca de la xenofobia. Insiste en que no tiene ningún contacto con los partidos nórdicos que se apoyan en el odio hacia los inmigrantes.
Suele criticarse el simplismo de los populistas. Pero no faltan tampoco estereotipos al informar sobre el fenómeno, y muchos silencios, por ejemplo, en materia religiosa. En la práctica, justamente por la importancia de valores espirituales comunes, Timo Soini está más cerca de los musulmanes que de viejos europeos decadentes. Como titula La Bussola, “c'è un cattolico che piace agli islamici”.
Salvador Bernal
No hay comentarios:
Publicar un comentario