En
el día de un nuevo aniversario del fallecimiento de Mons. Marcel
Lefebvre, está siendo difundida una oración que no tiene fin público
sino sólo para su rezo privado.
Dicha oración es la siguiente:
“Oh
Jesús Soberano y Eterno Sacerdote, que os habéis dignado elevar a
vuestro fiel servidor Monseñor Marcel Lefebvre a la dignidad episcopal,
concediéndole la gracia de ser un intrépido defensor de la Santa Iglesia
y de la Sede Apostólica, un valiente apóstol de vuestro reinado sobre
la tierra, un celoso servidor de Vuestra Santísima Madre y un ejemplo
luminoso de caridad, humildad y de todas las virtudes; dignaos ahora en
vista de sus méritos concedernos las gracias que os pedimos…, a fin de
que seguros de su eficaz intercesión ante Vos, podamos un día verlo
elevado a la gloria de los altares. Amén”
Hoy, 25 de Marzo, se cumplen veinte años de la entrada en la Vida del Venerable Monseñor Marcel Lefebvre, conforme lo calificara recientemente el Papa Benedicto XVI.
Transcribimos a continuación su declaración desde el Seminario San Pío X, en el año 1974:
SEMINARIO INTERNACIONAL SAN PÍO X DE ECÔNE,
EL 21 DE NOVIEMBRE DE 1974
Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma católica
guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al
mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de
verdad. Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.
Todas esas reformas, en efecto, contribuyeron y contribuyen todavía a la demolición
de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, al aniquilamiento del
Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa,
a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los
seminarios, la catequesis, enseñanza nacida del liberalismo y del
protestantismo, condenada repetidas veces por el magisterio solemne de
la Iglesia.
Ninguna autoridad, ni
siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar
o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por
el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos. "Si llegara a
suceder, dice San Pablo, que nosotros mismos o un ángel venido del cielo
os enseñara otra cosa distinta de lo que yo os he enseñado, que sea
anatema” (Gál. 1, 8).
¿No es esto acaso lo que nos repite el Santo Padre hoy? Y si una cierta contradicción se manifestara en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces elegimos lo que siempre ha sido enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia. No es posible modificar profundamente la “lex orandi” sin modificar la “lex credendi”. A
la misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios
nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostal, todas
cosas opuestas a la ortodoxia y al magisterio de siempre.
Habiendo esta Reforma nacido del liberalismo, del modernismo, está
totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía,
incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos. Es
pues imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta Reforma y
someterse a ella de cualquier manera que sea. La única actitud de
fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación,
es el rechazo categórico a aceptar la Reforma.
Es
por ello que sin ninguna rebelión, ninguna amargura, ningún
resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la
estrella del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos
prestar un servicio más grande a la Santa Iglesia Católica, al Soberano
Pontífice y a las generaciones futuras. Es por ello que nos
atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto a
la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la
formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de
siempre y codificado en los libros aparecidos antes de la influencia
modernista del Concilio, esperando que la verdadera luz de la Tradición
disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.
Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto”. Amén.
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