Tal vez sean pocos
en Rusia quienes no se acuerden de aquella canción que habla de un chaval que
“abandonó su casa en el campo para repartir la tierra granadina entre los
campesinos”. Se sabe mucho de los voluntarios soviéticos que combatían en el
bando republicano en España, pero sobre los voluntarios rusos blancos en el
bando nacional, casi nadie sabe nada.
No es de extrañar,
ya que la historiografía soviética no conoció otro camino que el de presentar a
los republicanos como héroes, mientras que, por el contrario, aquellos que
luchaban con Franco eran fascistas.
Los testimonios
sobre la participación de los voluntarios “blancos” durante la Guerra Civil
fueron recogidos en el libro “Los voluntarios rusos en España”, editado en San
Francisco en 1983.
La mayor parte del
libro describe el diario de Yaremchuk A.P., quien después de la contienda se
quedó en el país, trabajó en Radio Nacional de España hasta que falleció en
Madrid en 1985. Una serie de publicaciones en la revista militar “El centinela” también fueron dedicadas a la guerra en
España. En el año 1936 junto con su insustituible editor V.V. Orejov la revista
se trasladó obligatoriamente desde París a Bruselas, dado que Francia estaba
apoyando a la República.
La guerra civil de
los años 1936-1939, no es una página exclusiva de la historia de España, sino también
de la Iglesia Rusa Ortodoxa. En varias ocasiones los sacerdotes rusos vinieron a
ver a los soldados rusos. Concretamente, el archimandrita (posteriormente
arzobispo) Ioán (Shajovskoy), el arcipreste (posteriormente protopresbitero),
Alexander Shabashov, y el higúmeno (en tiempos pasados coronel del regimiento moscovita de la guardia
imperial, y posteriormente arzobispo) Nikon (Greve), visitaron España. A ellos
se dedica esta publicación.
***
«Blancos»
voluntarios no hubo muchos. La investigación “Los voluntarios rusos”, llevada a
cabo por А. Okorokov, se da una cifra de 72 soldados. ¿Por qué estaban en
España? ¿Qué forzó a esta gente a dejar su vida de inmigrantes, más o menos
arreglada, y arriesgando su vida, traspasar los Pirineos para vestir el
uniforme español?
En realidad para
los “blancos” combatientes, la guerra civil española fue la prolongación de la
guerra civil en su patria; muchos de ellos creían, que después de la derrota de
los “rojos” en España, llegaría la liberación de Rusia (es decir, Rusia sería
liberada del comunismo).
«Por Dios, la
Patria y el Rey”, este grito de guerra que aún ayer era ajeno a nosotros, ahora
llegó a ser íntimo y querido, porque con él, vislumbrábamos la esperanza», —
escribía el capitán Belov.
Las palabras del
general Skorodumov sonaban aun más categóricas:
«Acaso no es igual ¿en
qué lugar pegarles a los bolcheviques: el pico, la nuca o el talón?, o sea, ¿no es igual pegar estando en Rusia, España ó
Japón? Lo más importante es pegarles y no dejarles ni respirar. Allí donde se
asoma el hocico del rojo, allí “cataplum”».
No cabe duda de que los voluntarios rusos no marchaban a España
para luchar contra los soldados soviéticos. Muchos de ellos vieron en el bando
republicano los tanques y aviones soviéticos; por ello, el capitán ayudante
Yakov Polujin anotó en su diario:
“Corrían rumores
que en el bando del enemigo luchaban los extranjeros, incluso los nuestros —rusos—“, Ivanov
contaba también sobre los militares soviéticos, y sobre los inmigrantes, que aceptaron
la causa de los rojos: “no me lo creo y en esto
creeré tal vez cuando lo vea con mis propios ojos, —al menos a uno— “.
Dos semanas después,
el herido Polujin fue trasladado a la iglesia del pueblo de Quinto del Ebro. Durante
un bombardeo los muros del templo se irían abajo y con ellos la vida del oficial
ruso, quien llevaba el nombre (en su forma eslava) del apostol Santiago, y cuya
vida se apagará en tierra aragonesa. Ese templo permanece cerrado y no ha sido restaurado,
sus paredes llevan aún huellas de balas y de metralla.
Los voluntarios
«blancos» veían en los republicanos la imagen del
enemigo “rojo” y eso ante todo se debía a la actitud de éstos respecto a la fe
cristiana. La iglesia ortodoxa en Rusia y la iglesia católica en España están
unidas por toda una pléyade de nuevos mártires. Como resultado de la guerra
civil en España, trece obispos, cerca de dos mil quinientos monjes y monjas,
más de cuatro mil sacerdotes, y aproximadamente tres mil seglares,
fueron asesinados y torturados por la fe. Miles de templos y monasterios fueron
destruidos y profanados. No es de extrañar que los voluntarios rusos, al ver
los cadáveres con los ojos fuera y los medallones incrustados
en las órbitas de las víctimas, recordaran la suerte de su patria.
“La Carta Colectiva del Episcopado español a los
obispos del mundo entero” evoca un panorama horroroso de la España
republicana –que por cierto es bastante conocido por
aquellos que se familiarizaron con la historia de Rusia en el siglo XX–:
«… en la historia de los pueblos occidentales no se conoce un fenómeno
igual de vesania colectiva, ni un cúmulo semejante, producido en pocas semanas,
de atentados cometidos contra los derechos fundamentales de Dios, de la
sociedad y de la persona humana. Ni sería fácil, recogiendo los hechos análogos y ajustando sus trazos
característicos para la composición de figuras crimen, hallar en la historia
una época o un pueblo que pudieran ofrecernos tales y tantas aberraciones. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo religioso, acumulado
en siglos, ha sido estúpidamente destrozado en unas semanas, en las regiones
dominadas por los comunistas. Hasta el Arco de Bará, en Tarragona, obra romana
que había visto veinte siglos, llevó la dinamita su acción destructora. Las
famosas colecciones de arte de la Catedral de Toledo, del Palacio de Liria, del
Museo del Prado, han sido torpemente expoliadas. …
… La revolución fue esencialmente 'antiespañola'. La obra destructora se
realizó a los gritos de "¡Viva
Rusia!", a la sombra de la bandera internacional comunista. Las
inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos
militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de
extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al
espíritu nacional y al sentido de patria…
… sobre todo, la revolución fue
"anticristiana". No creemos que en la historia del Cristianismo y en
el espacio de unas semanas se haya dado explosión semejante, en todas las
formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su
religión sagrada. Tal ha sido el sacrílego
estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos
españoles enviado al Congreso de los "sin Dios", en Moscú, pudo
decir: "España ha superado en mucho la obra de los Soviets, por cuanto la
Iglesia en España ha sido completamente aniquilada".
Contamos los mártires por millares; su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria; pero casi no hallaríamos en el Martirologio romano una forma de martirio no usada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión; y en cambio hay formas nuevas de tormento que han consentido las sustancias y máquinas modernas…
Contamos los mártires por millares; su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria; pero casi no hallaríamos en el Martirologio romano una forma de martirio no usada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión; y en cambio hay formas nuevas de tormento que han consentido las sustancias y máquinas modernas…
Por otro lado los
emigrantes rusos veían en el “ejército blanco” el símbolo de la gloria marcial
rusa, ofrenda a sí mismo, a la Patria, y no al "internacional”, desalmado.
Recordando sus
visitas a España en los años de la guerra el padre Ioán Shajovskoy, escribió:
«Recuerdo cómo una
tarde veraniega bajé a la cañada entre Castilla y Aragón, donde se situaba la
ciudad de Molina de Aragón. Y cómo me llevaron a un gran edificio de la
escuela, donde se desplazaba el tercio
requeté Doña María de Aragón. Los crepúsculos se ponían densos. El edificio
estaba vacío…
…Encontramos a los
combatientes en un local bajo, abovedado. Desde el rincón llegaba el sonido
musical rítmico y atenuado. Fue la oración parecida a nuestro akathistos a la
Madre de Dios. Más tarde me enteré que los soldados del Requeté hicieron una promesa
de rezar diariamente por la salvación de su país, del poder ateo, y que el
Salvador les bendijera su lucha y su vida para socorrer a España.
…Después fue el
encuentro con los guerreros rusos, y la sensación esta
vez más viva que antes de la posible existencia del ejército con amor a
Cristo…
…El pueblo piadoso
ante el Creador y humilde ante la Iglesia debe tener una hueste con amor a
Cristo…
…La hueste terrstre goza de una virtud
especial de impasibilidad y abnegación. Una fuerza única. La que no se depara a
cualquiera. Y por ende no a cualquiera se puede forzar a este estado. Pero cada
uno debe respetar este estado, llevado con
sacrificio y pureza».
La visita del padre
Ioán, sin duda representa máximo interés. Según el diario de A. Yaremchuk, el padre
Ioán ofició una Divina Liturgia en la ciudad de Molina de Aragón el día 18 de
agosto de 1937. De los tres sacerdotes que estaban en España precisamente él
dejó el legado más destacado en la historia de la Ortodoxia del siglo XX.
Además, en 1939, en
Berlín fueron publicadas “Las cartas de la hueste”, una
obra bibliográfica de gran valor, que no fue reeditada
en Rusia y que de hecho es desconocida para el lector ruso. Aprovechamos por
tanto la oportunidad para agradecer a Amherst Centre for Russian
Culture, donde está el archivo del arzobispo Ioán (Shajovskoy), por la
xerocopia del libro que nos fue entregada. Algunas páginas de “Las Cartas”, tanto
las que hacen referencia a la llegada del padre Ioán a España, como las que
describen su encuentro en Salamanca con los capturados pilotos soviéticos, son un
testimonio valioso.
***
A diferencia de los
padres Ioán y Nikon, que representaban la Iglesia “Eulogiana”, el padre
Alexander Shabashev, fue el clérigo de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el
Extranjero. Junto con los testimonios de A. Yaremchuk y de N. Boltin se
conservó una foto que muestra la Divina Liturgia que el padre Alexander ofició
en la monte Cerro del Contadero” a 1.639 metros de altura, cerca del pueblo de
Checa (provincia de Guadalajara) 9 de octubre de 1938 justo el día de San de
Juan Teólogo, fiesta del patrón del regimiento de Markov.
«La fiesta gozó de
un ambiente exclusivamente solemne, —escribía en su carta N.Boltin—. Por la
mañana, el padre arcipreste ofició una Liturgia en el transcurso de la cual
todos nosotros comulgamos y después entonamos un tedeum a nuestro Creador. Todo
esto con el coro dirigido por К. А. Goncharenko. Nosotros hemos instalado la mesa
del altar justo en la cumbre de la montaña.
Ante la mesa del altar, apoyados por la pirámide hecha con los fusiles,
ondeaba orgullosamente nuestro estandarte imperial y la bandera nacional
española. En la celebración estuvieron presentes todos nuestros compañeros de
armas españoles y después del tedeum todos ellos no solamente besaban la cruz sino
también la mano del cura, y este detalle nos impresionó considerablemente. Con
todo esto, ellos nos devolvían el respeto y atención que nosotros demostramos
hacia su clero.
La misma
posibilidad de empezar con la oración nuestra primera fiesta del destacamento
nos ha traído una alegría enorme…
…Después de la Liturgia
el padre Alexander celebró la oratoria a Juan Teólogo con exclamación de la
memoria eterna al Emperador Nicolás II, la familia del Zar, y a todos los guerreros
en Rusia y aquí, que entregaron su vida «por Fe, el Zar y la Patria»; luego se
cantó: “muchos años” a la Casa Imperial, a la hueste cristiana y a todos los
grados del destacamento ruso en el ejército nacional español.
…Todos nosotros percibimos
un presagio feliz, ya que durante la celebración ortodoxa nuestro querido
estandarte ruso descansaba sobre los fusiles de los voluntarios rusos, que ni
un instante cesaron la lucha por la Causa Blanca, y aprovechando la primera
oportunidad tomaron las armas para luchar de hecho y no de palabra contra los
enemigos de nuestra patria. Aquí la guerra pronto tocará
su fin victorioso. Todos aquí creemos profundamente que el golpe asestado por
el Generalísimo Franco al Komintern repercutirá también en Rusia y los días de
su poder sobre ella están contados».
La alegría por la
misa se alternó con el tiroteo.
«Por la tarde yo
estuve en la posición de observador, —escribía А. Yaremchuk-. Conmigo se sentó
el sacerdote padre Alexander Shabashev, quién vio a través de los prismáticos
que desde las posiciones de los rojos hacia nosotros se dirigía una mula
cargada con un hombre, que resultó ser un tránsfuga automovilista. Los nuestros
habían disparado durante mucho tiempo contra los rojos y al abandonar la zona
prendieron fuego a los matorrales, regresando a su posición a las 9 de la
noche».
***
Sobre el padre
Nicon existe sólo un testimonio en el diario de A. Yaremchuk: ofició una Liturgia
el 22 de mayo de 1939 en la ciudad de Mora de Rubielos.
«Arreglamos el suelo, hubo una Liturgia, oración por los muertos
y tedeum. Todos nosotros confesamos y comulgamos. La Liturgia finalizó
alrededor de la una de la tarde… Compartimos la comida y una tertulia bastante
animada, durante la cual el padre Nikon recordaba su pasado».
Las hostilidades
terminaban y el cura se despedía de los soldados con un tono alegre:
«…El señor Boltin y
el sacerdote se marcharon, –el primero a Burgos y el padre
Nikon a París–. Al despedirse el padre Nicon me preguntó: «¿allí, parece,
se quedó un poco de coñac?». Lamentablemente todo fue bebido ayer. Dado que
festejamos mi cumpleaños, el Sr. Belin me echó una jarra enorme, más o menos de
medio litro de coñac e hizo un brindis
por mi salud. El padre Nicon me miró con horror pero yo salí dignamente del
apuro. Al echar un trago les dije: «continuad
por mi salud» y todos se vieron obligados a beber por mí porque si no me caería
muerto».
***
El 1 de abril de 1939 la guerra terminó. Muchos de los combatientes rusos se quedaron en España; hoy en día ninguno de ellos sigue viviendo. Sin embargo quedó una memoria oral de aquellos hombres que han aportado su grano de arena para conservar, en los espacios españoles, el buen nombre de la Rusia cristiana. Nosotros los rusos ortodoxos que vivimos en España, les debemos muchas plegarias a esta gente.
El 1 de abril de 1939 la guerra terminó. Muchos de los combatientes rusos se quedaron en España; hoy en día ninguno de ellos sigue viviendo. Sin embargo quedó una memoria oral de aquellos hombres que han aportado su grano de arena para conservar, en los espacios españoles, el buen nombre de la Rusia cristiana. Nosotros los rusos ortodoxos que vivimos en España, les debemos muchas plegarias a esta gente.
Que en paz
descansen.
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Las cartas
española sobre las huestes: Liturgia entre las montañas.
Un fragmento del
libro «Las cartas españolas sobre las huestes». Berlín, 1939.
Ayer estábamos
sentados con el sargento R., en una de las ciudades castellanas, en la zona de
combate, hablando sobre nuestro último triunfo en el frente de Santander (para
nosotros —los voluntarios rusos— el ejército nacional español, es nuestro
ejército), por cierto muy importante victoria, ya que capturamos al enemigo en
un solo día, 15 baterías de artillería y 20 batallones. De repente se abre la
puerta y el guardia nos trae un monje
ruso.
No dábamos crédito
a nuestros propios ojos, pensando que estábamos soñando; no fue un espejismo: ante nosotros realmente estaba un monje
ruso, el archimandrita Ioán
Shahovskoy, quién tras sortear serias dificultades había
llegado hasta nosotros.
Nuestra alegría no
tuvo límite. A pesar de una actitud excepcional hacia nosotros, a los
voluntarios rusos, de los españoles, tanto de las autoridades como de toda la
población, nosotros estábamos privados de oficios eclesiásticos ortodoxos,
mientras que en la Cruzada, que se llevó a cabo aquí, la oración adquiere una
virtud tan alta.
Nuestro comandante de batallón, el capitán Rues, quien encarnaba en sí
las mejores tradiciones de los tradicionalistas españoles, los carlistas, y
quién nos trataba a todos nosotros cordial y solícitamente, le facilitó al
padre Ioán su coche. Nosotros partimos a las posiciones donde estaba
acuartelada una compañía de Requetés, compuesta por el grupo más grande de
rusos. Desde la tarde, el capitán Rúes nos avisó sobre la visita del padre y
que nos abstuviésemos de la comida, en vista de la próxima Liturgia.
El viaje por esta parte de Castilla representa algunos peligros.
Aquí no hay una línea interrumpida del frente y debido al terreno montañoso y
boscoso, algunos grupos de rojos podían penetrar a nuestra zona y emprender ataques a varias personas. El sargento R. y yo
cargamos nuestros fusiles partiendo del dicho “ayúdate que yo te ayudaré”. El
terreno que teníamos que recorrer era muy bonito y montañoso. En algunas partes
las montañas estaban cubiertas con pinares. Sobre este paisaje se dispersaban
pequeñas casitas, con paredes blanqueadas y cubiertas por tejas, que conllevan
un color pintoresco muy especial.
Tardamos en llegar
más o menos una hora y media. Al hablar con el padre no nos dimos cuenta cómo
había pasado el tiempo y nos encontramos en una aldea donde estaban acantonados
los nuestros, en pie de guerra.
La aldea –típica
aldea castellana- se cobijaba sobre una falda de la montaña. La ausencia total
de vegetación, las casas desordenadamente construidas de adobe, cubiertas como
siempre con tejados rojos y unos senderos abruptos y estrechos que comunicaban
un grupo de viviendas con otras –éste era el escenario–. Las casas, en su
mayoría de dos pisos, tenían las habitaciones bastante espaciosas.
Nosotros llegamos
antes de la hora fijada y nuestros compañeros no estaban listos. El jefe del
grupo —un cabo español y osado oficial ruso de la avanzadilla—, Piotr
Vasilievich B. salió a nuestro encuentro, y detrás de ellos todos los demás.
Subimos una
escalera empinada y lo primero que nos saltó a la vista fue una estantería con
nuestro tricolor ruso colgado y en la que estaban colocados varios íconos
pequeños y ardía débilmente una lamparilla. A ambos lados de las blanqueadas
paredes se encontraban magistralmente pintados por el alférez N.K.S., por un
lado el águila bicéfala, y por el otro las espadas; el emblema de Rusia y la valentía castrense.
El habla ruso,
tostadas, afables y abiertas caras rusas, todo esto ha creado un estado de
ánimo excepcional, que no decayó
mientras estuvimos en esta aldea.
Se iniciaron los
preparativos para el oficio de la Liturgia. Bajo los iconos se colocó una mesa
cubierta con un mantel blanco, se sacaron dos velas eclesiásticas españolas. Al
vestirse el sacerdote leyó la oración y empezó a recibir por turno las
confesiones de todos los presentes para después dar inicio a la Liturgia.
El coro improvisado
bajo la tutela del teniente К. А. G., en cuya formación se contaban unas voces muy buenas, empezó al
principio muy tímido pero luego, impetuosamente, llegó al final cumpliendo
bastante bien con su tarea.
El oficio inspirado
del padre archimandrita y todo este ambiente, crearon unas impresiones
excepcionales por su profundidad. Yo veía las lágrimas en los ojos de muchos de
estos soldados que gozaban de gran fuerza de voluntad, curtidos en los
combates, quienes con su valentía y audacia merecieron el profundo respeto y
gran admiración de sus compañeros españoles; y yo mismo no me di cuenta cuando
por mis mejillas corrían las lágrimas.
Al terminar la misa
el padre Ioan pronunció un sermón muy excepcional por su vigor y profundo
sentido. Después nosotros fuimos al jefe de compañía a quién nuestros
compañeros habían apodado “papá” por su bondad y porque en su compañía servía
de suboficial su hijo de 18 años, y como soldado raso, su sobrino.
[Olvidaba contar que para participar en la Liturgia vinieron varios
soldados españoles y había que ver con qué atención y veneración ellos seguían
la Liturgia, persignándose al mismo tiempo cuando nosotros lo hacíamos.
Los nuestros fueron
alojados en la casa que pertenecía a uno de los aldeanos que se fue con los
rojos, así que ellos fueron los dueños cabales de la vivienda. Empezamos a
prepararnos para el desayuno, encontramos algunas mesas, por cierto de distinta
altura, sin embargo suficientemente largas para que nos acomodáramos, cubrimos estas mesas con
las mantas y las llenábamos con los sencillos pero abundantes manjares. Como el
más veterano de los presentes yo levante
la primera copa por Rusia, y había que ver, cómo fue admitido mi brindis, y con
qué fuerza se oyó: “Hurra” como respuesta a éste. Luego sonaron otros brindis,
no locuaces, pero que salían con candidez desde el corazón ruso, y que
eran profundamente conmovedores.
De no estar allí
con nosotros, no podría darse cuenta lo que
nosotros sentíamos. Imagínese: en las montañas de castilla, en la España
nacional, un fraile sacerdote ruso oficiando para los rusos la Divina Liturgia.
Como un detalle les
puedo contar una anécdota: al enterarse de que llegaba un cura para los rusos,
un campesino preparó a propósito para él, una empanada y la trajo al sacerdote.
A continuación del
desayuno la conversación se alargó y si no fuéramos nosotros rusos, no
habríamos empezado a cantar nuestras viejas canciones militares, para alegría
de los lugareños. Lamentablemente el padre Ioán tenía que darse prisa para
llegar a tiempo de visitar otros grupos de rusos, así que al despedirse de los
hospitalarios anfitriones, nos fuimos acompañados por ellos hasta nuestro
automóvil.
Ya casi subíamos al
coche cuando de entre la multitud salió una mujer mayor, la esposa del alcalde
local besó la mano del sacerdote y nos pidió a todos nosotros homenajearla
antes de la partida y visitar su casa. Por supuesto el cura aceptó la invitación y fuimos a ver al edil…
Tenía que haber
estallado tan cruelmente la guerra civil, para que nosotros los rusos
conociéramos mejor al pueblo español, su gran patriotismo y valentía, su
excepcional hospitalidad y, a pesar de la opinión formada, su excepcional
virtud cristiana —la gran tolerancia en los asuntos de la fe—…
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