martes, 16 de octubre de 2012

Sacerdotes rusos en la guerra civil española.


Tal vez sean pocos en Rusia quienes no se acuerden de aquella canción que habla de un chaval que “abandonó su casa en el campo para repartir la tierra granadina entre los campesinos”. Se sabe mucho de los voluntarios soviéticos que combatían en el bando republicano en España, pero sobre los voluntarios rusos blancos en el bando nacional, casi nadie sabe nada.

No es de extrañar, ya que la historiografía soviética no conoció otro camino que el de presentar a los republicanos como héroes, mientras que, por el contrario, aquellos que luchaban con Franco eran fascistas.
Los testimonios sobre la participación de los voluntarios “blancos” durante la Guerra Civil fueron recogidos en el libro “Los voluntarios rusos en España”, editado en San Francisco en 1983.
La mayor parte del libro describe el diario de Yaremchuk A.P., quien después de la contienda se quedó en el país, trabajó en Radio Nacional de España hasta que falleció en Madrid en 1985. Una serie de publicaciones en la revista militar “El centinela”  también fueron dedicadas a la guerra en España. En el año 1936 junto con su insustituible editor V.V. Orejov la revista se trasladó obligatoriamente desde París a Bruselas, dado que Francia estaba apoyando a la República.
La guerra civil de los años 1936-1939, no es una página exclusiva de la historia de España, sino también de la Iglesia Rusa Ortodoxa. En varias ocasiones los sacerdotes rusos vinieron a ver a los soldados rusos. Concretamente, el archimandrita (posteriormente arzobispo) Ioán (Shajovskoy), el arcipreste (posteriormente protopresbitero), Alexander Shabashov, y el higúmeno (en tiempos pasados coronel del regimiento moscovita de la guardia imperial, y posteriormente arzobispo) Nikon (Greve), visitaron España. A ellos se dedica esta publicación.
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«Blancos» voluntarios no hubo muchos. La investigación “Los voluntarios rusos”, llevada a cabo por А. Okorokov, se da una cifra de 72 soldados. ¿Por qué estaban en España? ¿Qué forzó a esta gente a dejar su vida de inmigrantes, más o menos arreglada, y arriesgando su vida, traspasar los Pirineos para vestir el uniforme español?
En realidad para los “blancos” combatientes, la guerra civil española fue la prolongación de la guerra civil en su patria; muchos de ellos creían, que después de la derrota de los “rojos” en España, llegaría la liberación de Rusia (es decir, Rusia sería liberada del comunismo).
«Por Dios, la Patria y el Rey”, este grito de guerra que aún ayer era ajeno a nosotros, ahora llegó a ser íntimo y querido, porque con él, vislumbrábamos la esperanza», — escribía el capitán Belov.
Las palabras del general Skorodumov sonaban aun más categóricas:
«Acaso no es igual ¿en qué lugar pegarles a los bolcheviques: el pico, la nuca o el talón?, o sea, ¿no es igual pegar estando en Rusia, España ó Japón? Lo más importante es pegarles y no dejarles ni respirar. Allí donde se asoma el hocico del rojo, allí “cataplum”».
No cabe duda de que los voluntarios rusos no marchaban a España para luchar contra los soldados soviéticos. Muchos de ellos vieron en el bando republicano los tanques y aviones soviéticos; por ello, el capitán ayudante Yakov Polujin anotó en su diario:
“Corrían rumores que en el bando del enemigo luchaban los extranjeros, incluso los nuestros —rusos—“,  Ivanov contaba también sobre los militares soviéticos, y sobre los inmigrantes, que aceptaron la causa de los rojos: “no me lo creo y en esto creeré tal vez cuando lo vea con mis propios ojos, —al menos a uno— “.
Dos semanas después, el herido Polujin fue trasladado a la iglesia del pueblo de Quinto del Ebro. Durante un bombardeo los muros del templo se irían abajo y con ellos la vida del oficial ruso, quien llevaba el nombre (en su forma eslava) del apostol Santiago, y cuya vida se apagará en tierra aragonesa. Ese templo permanece cerrado y no ha sido restaurado, sus paredes llevan aún huellas de balas y de metralla.
Los voluntarios «blancos» veían en los republicanos la imagen del enemigo “rojo” y eso ante todo se debía a la actitud de éstos respecto a la fe cristiana. La iglesia ortodoxa en Rusia y la iglesia católica en España están unidas por toda una pléyade de nuevos mártires. Como resultado de la guerra civil en España, trece obispos, cerca de dos mil quinientos monjes y monjas, más de cuatro mil sacerdotes, y aproximadamente tres mil seglares, fueron asesinados y torturados por la fe. Miles de templos y monasterios fueron destruidos y profanados. No es de extrañar que los voluntarios rusos, al ver los cadáveres con los ojos fuera y los medallones incrustados en las órbitas de las víctimas, recordaran la suerte de su patria.
“La Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero” evoca un panorama horroroso de la España republicana –que por cierto es bastante conocido por aquellos que se familiarizaron con la historia de Rusia en el siglo XX–:
«… en la historia de los pueblos occidentales no se conoce un fenómeno igual de vesania colectiva, ni un cúmulo semejante, producido en pocas semanas, de atentados cometidos contra los derechos fundamentales de Dios, de la sociedad y de la persona humana. Ni sería fácil, recogiendo los hechos análogos y ajustando sus trazos característicos para la composición de figuras crimen, hallar en la historia una época o un pueblo que pudieran ofrecernos tales y tantas aberraciones. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente destrozado en unas semanas, en las regiones dominadas por los comunistas. Hasta el Arco de Bará, en Tarragona, obra romana que había visto veinte siglos, llevó la dinamita su acción destructora. Las famosas colecciones de arte de la Catedral de Toledo, del Palacio de Liria, del Museo del Prado, han sido torpemente expoliadas.
La revolución fue esencialmente 'antiespañola'. La obra destructora se realizó a los gritos de "¡Viva Rusia!", a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria…
sobre todo, la revolución fue "anticristiana". No creemos que en la historia del Cristianismo y en el espacio de unas semanas se haya dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrílego estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los "sin Dios", en Moscú, pudo decir: "España ha superado en mucho la obra de los Soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente aniquilada".

Contamos los mártires por millares; su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria; pero casi no hallaríamos en el Martirologio romano una forma de martirio no usada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión; y en cambio hay formas nuevas de tormento que han consentido las sustancias y máquinas modernas…
Por otro lado los emigrantes rusos veían en el “ejército blanco” el símbolo de la gloria marcial rusa, ofrenda a sí mismo, a la Patria, y no al "internacional”, desalmado.
Recordando sus visitas a España en los años de la guerra el padre Ioán Shajovskoy, escribió:
«Recuerdo cómo una tarde veraniega bajé a la cañada entre Castilla y Aragón, donde se situaba la ciudad de Molina de Aragón. Y cómo me llevaron a un gran edificio de la escuela, donde se desplazaba el  tercio requeté Doña María de Aragón. Los crepúsculos se ponían densos. El edificio estaba vacío…
…Encontramos a los combatientes en un local bajo, abovedado. Desde el rincón llegaba el sonido musical rítmico y atenuado. Fue la oración parecida a nuestro akathistos a la Madre de Dios. Más tarde me enteré que los soldados del Requeté hicieron una promesa de rezar diariamente por la salvación de su país, del poder ateo, y que el Salvador les bendijera su lucha y su vida para socorrer a España.
…Después fue el encuentro con los guerreros rusos, y la sensación esta vez más viva que antes de la posible existencia del ejército con amor a Cristo…
…El pueblo piadoso ante el Creador y humilde ante la Iglesia debe tener una hueste con amor a Cristo…
 …La hueste terrstre goza de una virtud especial de impasibilidad y abnegación. Una fuerza única. La que no se depara a cualquiera. Y por ende no a cualquiera se puede forzar a este estado. Pero cada uno debe respetar este estado, llevado con sacrificio y pureza».
La visita del padre Ioán, sin duda representa máximo interés. Según el diario de A. Yaremchuk, el padre Ioán ofició una Divina Liturgia en la ciudad de Molina de Aragón el día 18 de agosto de 1937. De los tres sacerdotes que estaban en España precisamente él dejó el legado más destacado en la historia de la Ortodoxia del siglo XX.
Además, en 1939, en Berlín fueron publicadas “Las cartas de la hueste”, una obra bibliográfica de gran valor, que no fue reeditada en Rusia y que de hecho es desconocida para el lector ruso. Aprovechamos por tanto la oportunidad para agradecer a Amherst Centre for Russian Culture, donde está el archivo del arzobispo Ioán (Shajovskoy), por la xerocopia del libro que nos fue entregada. Algunas páginas de “Las Cartas”, tanto las que hacen referencia a la llegada del padre Ioán a España, como las que describen su encuentro en Salamanca con los capturados pilotos soviéticos, son un testimonio valioso.
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A diferencia de los padres Ioán y Nikon, que representaban la Iglesia “Eulogiana”, el padre Alexander Shabashev, fue el clérigo de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero. Junto con los testimonios de A. Yaremchuk y de N. Boltin se conservó una foto que muestra la Divina Liturgia que el padre Alexander ofició en la monte Cerro del Contadero” a 1.639 metros de altura, cerca del pueblo de Checa (provincia de Guadalajara) 9 de octubre de 1938 justo el día de San de Juan Teólogo, fiesta del patrón del regimiento de Markov.
«La fiesta gozó de un ambiente exclusivamente solemne, —escribía en su carta N.Boltin—. Por la mañana, el padre arcipreste ofició una Liturgia en el transcurso de la cual todos nosotros comulgamos y después entonamos un tedeum a nuestro Creador. Todo esto con el coro dirigido por К. А. Goncharenko. Nosotros hemos instalado la mesa del altar justo en la cumbre de la montaña.  Ante la mesa del altar, apoyados por la pirámide hecha con los fusiles, ondeaba orgullosamente nuestro estandarte imperial y la bandera nacional española. En la celebración estuvieron presentes todos nuestros compañeros de armas españoles y después del tedeum todos ellos no solamente besaban la cruz sino también la mano del cura, y este detalle nos impresionó considerablemente. Con todo esto, ellos nos devolvían el respeto y atención que nosotros demostramos hacia su clero.
La misma posibilidad de empezar con la oración nuestra primera fiesta del destacamento nos ha traído una alegría enorme…
…Después de la Liturgia el padre Alexander celebró la oratoria a Juan Teólogo con exclamación de la memoria eterna al Emperador Nicolás II, la familia del Zar, y a todos los guerreros en Rusia y aquí, que entregaron su vida «por Fe, el Zar y la Patria»; luego se cantó: “muchos años” a la Casa Imperial, a la hueste cristiana y a todos los grados del destacamento ruso en el ejército nacional español.
…Todos nosotros percibimos un presagio feliz, ya que durante la celebración ortodoxa nuestro querido estandarte ruso descansaba sobre los fusiles de los voluntarios rusos, que ni un instante cesaron la lucha por la Causa Blanca, y aprovechando la primera oportunidad tomaron las armas para luchar de hecho y no de palabra contra los enemigos de nuestra patria. Aquí la guerra pronto tocará su fin victorioso. Todos aquí creemos profundamente que el golpe asestado por el Generalísimo Franco al Komintern repercutirá también en Rusia y los días de su poder sobre ella están contados».
La alegría por la misa se alternó con el tiroteo. 
«Por la tarde yo estuve en la posición de observador, —escribía А. Yaremchuk-. Conmigo se sentó el sacerdote padre Alexander Shabashev, quién vio a través de los prismáticos que desde las posiciones de los rojos hacia nosotros se dirigía una mula cargada con un hombre, que resultó ser un tránsfuga automovilista. Los nuestros habían disparado durante mucho tiempo contra los rojos y al abandonar la zona prendieron fuego a los matorrales, regresando a su posición a las 9 de la noche».
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Sobre el padre Nicon existe sólo un testimonio en el diario de A. Yaremchuk: ofició una Liturgia el 22 de mayo de 1939 en la ciudad de Mora de Rubielos.
«Arreglamos el suelo, hubo una Liturgia, oración por los muertos y tedeum. Todos nosotros confesamos y comulgamos. La Liturgia finalizó alrededor de la una de la tarde… Compartimos la comida y una tertulia bastante animada, durante la cual el padre Nikon recordaba su pasado».
Las hostilidades terminaban y el cura se despedía de los soldados con un tono alegre:
«…El señor Boltin y el sacerdote se marcharon, –el primero a Burgos y el padre Nikon a París–. Al despedirse el padre Nicon me preguntó: «¿allí, parece, se quedó un poco de coñac?». Lamentablemente todo fue bebido ayer. Dado que festejamos mi cumpleaños, el Sr. Belin me echó una jarra enorme, más o menos de medio litro de coñac e hizo  un brindis por mi salud. El padre Nicon me miró con horror pero yo salí dignamente del apuro. Al echar un trago les dije: «continuad por mi salud» y todos se vieron obligados a beber por mí porque si no me caería muerto».
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El 1 de abril de 1939 la guerra terminó. Muchos de los combatientes rusos se quedaron en España; hoy en día ninguno de ellos sigue viviendo. Sin embargo quedó una memoria oral de aquellos hombres que han aportado su grano de arena para conservar, en los espacios españoles, el buen nombre de la Rusia cristiana. Nosotros los rusos ortodoxos que vivimos en España, les debemos muchas plegarias a esta gente.
Que en paz descansen.
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Las cartas española sobre las huestes: Liturgia entre las montañas.
Un fragmento del libro «Las cartas españolas sobre las huestes». Berlín, 1939.
Ayer estábamos sentados con el sargento R., en una de las ciudades castellanas, en la zona de combate, hablando sobre nuestro último triunfo en el frente de Santander (para nosotros —los voluntarios rusos—  el ejército nacional español, es nuestro ejército), por cierto muy importante victoria, ya que capturamos al enemigo en un solo día, 15 baterías de artillería y 20 batallones. De repente se abre la puerta y el  guardia nos trae un monje ruso.
No dábamos crédito a nuestros propios ojos, pensando que estábamos soñando; no fue un espejismo: ante nosotros realmente estaba un monje ruso, el archimandrita Ioán Shahovskoy, quién tras sortear serias dificultades había llegado hasta nosotros.
Nuestra alegría no tuvo límite. A pesar de una actitud excepcional hacia nosotros, a los voluntarios rusos, de los españoles, tanto de las autoridades como de toda la población, nosotros estábamos privados de oficios eclesiásticos ortodoxos, mientras que en la Cruzada, que se llevó a cabo aquí, la oración adquiere una virtud tan alta.
Nuestro comandante de batallón, el capitán Rues, quien encarnaba en sí las mejores tradiciones de los tradicionalistas españoles, los carlistas, y quién nos trataba a todos nosotros cordial y solícitamente, le facilitó al padre Ioán su coche. Nosotros partimos a las posiciones donde estaba acuartelada una compañía de Requetés, compuesta por el grupo más grande de rusos. Desde la tarde, el capitán Rúes nos avisó sobre la visita del padre y que nos abstuviésemos de la comida, en vista de la próxima Liturgia.
El viaje por esta parte de Castilla representa algunos peligros. Aquí no hay una línea interrumpida del frente y debido al terreno montañoso y boscoso, algunos grupos de rojos podían penetrar a nuestra zona y emprender ataques a varias personas. El sargento R. y yo cargamos nuestros fusiles partiendo del dicho “ayúdate que yo te ayudaré”. El terreno que teníamos que recorrer era muy bonito y montañoso. En algunas partes las montañas estaban cubiertas con pinares. Sobre este paisaje se dispersaban pequeñas casitas, con paredes blanqueadas y cubiertas por tejas, que conllevan un color pintoresco muy especial.
Tardamos en llegar más o menos una hora y media. Al hablar con el padre no nos dimos cuenta cómo había pasado el tiempo y nos encontramos en una aldea donde estaban acantonados los nuestros, en pie de guerra.
La aldea –típica aldea castellana- se cobijaba sobre una falda de la montaña. La ausencia total de vegetación, las casas desordenadamente construidas de adobe, cubiertas como siempre con tejados rojos y unos senderos abruptos y estrechos que comunicaban un grupo de viviendas con otras –éste era el escenario–. Las casas, en su mayoría de dos pisos, tenían las habitaciones bastante espaciosas.
Nosotros llegamos antes de la hora fijada y nuestros compañeros no estaban listos. El jefe del grupo —un cabo español y osado oficial ruso de la avanzadilla—, Piotr Vasilievich B. salió a nuestro encuentro, y detrás de ellos todos los demás.
Subimos una escalera empinada y lo primero que nos saltó a la vista fue una estantería con nuestro tricolor ruso colgado y en la que estaban colocados varios íconos pequeños y ardía débilmente una lamparilla. A ambos lados de las blanqueadas paredes se encontraban magistralmente pintados por el alférez N.K.S., por un lado el águila bicéfala, y por el otro las espadas; el  emblema de Rusia y la valentía castrense.
El habla ruso, tostadas, afables y abiertas caras rusas, todo esto ha creado un estado de ánimo  excepcional, que no decayó mientras estuvimos en esta aldea.
Se iniciaron los preparativos para el oficio de la Liturgia. Bajo los iconos se colocó una mesa cubierta con un mantel blanco, se sacaron dos velas eclesiásticas españolas. Al vestirse el sacerdote leyó la oración y empezó a recibir por turno las confesiones de todos los presentes para después dar inicio a la Liturgia.
El coro improvisado bajo la tutela del teniente К. А. G., en cuya formación se contaban unas voces muy buenas, empezó al principio muy tímido pero luego, impetuosamente, llegó al final cumpliendo bastante bien con su tarea.
El oficio inspirado del padre archimandrita y todo este ambiente, crearon unas impresiones excepcionales por su profundidad. Yo veía las lágrimas en los ojos de muchos de estos soldados que gozaban de gran fuerza de voluntad, curtidos en los combates, quienes con su valentía y audacia merecieron el profundo respeto y gran admiración de sus compañeros españoles; y yo mismo no me di cuenta cuando por mis mejillas corrían las lágrimas.
Al terminar la misa el padre Ioan pronunció un sermón muy excepcional por su vigor y profundo sentido. Después nosotros fuimos al jefe de compañía a quién nuestros compañeros habían apodado “papá” por su bondad y porque en su compañía servía de suboficial su hijo de 18 años, y como soldado raso, su sobrino.
[Olvidaba contar que para participar en la Liturgia vinieron varios soldados españoles y había que ver con qué atención y veneración ellos seguían la Liturgia, persignándose al mismo tiempo cuando nosotros lo hacíamos.
Los nuestros fueron alojados en la casa que pertenecía a uno de los aldeanos que se fue con los rojos, así que ellos fueron los dueños cabales de la vivienda. Empezamos a prepararnos para el desayuno, encontramos algunas mesas, por cierto de distinta altura, sin embargo suficientemente largas para que  nos acomodáramos, cubrimos estas mesas con las mantas y las llenábamos con los sencillos pero abundantes manjares. Como el más veterano de los presentes  yo levante la primera copa por Rusia, y había que ver, cómo fue admitido mi brindis, y con qué fuerza se oyó: “Hurra” como respuesta a éste. Luego sonaron otros brindis, no locuaces, pero que salían con candidez desde el corazón ruso, y que eran  profundamente conmovedores.
De no estar allí con nosotros, no podría darse cuenta lo que nosotros sentíamos. Imagínese: en las montañas de castilla, en la España nacional, un fraile sacerdote ruso oficiando para los rusos la Divina Liturgia.
Como un detalle les puedo contar una anécdota: al enterarse de que llegaba un cura para los rusos, un campesino preparó a propósito para él, una empanada y la trajo al sacerdote.
A continuación del desayuno la conversación se alargó y si no fuéramos nosotros rusos, no habríamos empezado a cantar nuestras viejas canciones militares, para alegría de los lugareños. Lamentablemente el padre Ioán tenía que darse prisa para llegar a tiempo de visitar otros grupos de rusos, así que al despedirse de los hospitalarios anfitriones, nos fuimos acompañados por ellos hasta nuestro automóvil.
Ya casi subíamos al coche cuando de entre la multitud salió una mujer mayor, la esposa del alcalde local besó la mano del sacerdote y nos pidió a todos nosotros homenajearla antes de la partida y visitar su casa. Por supuesto el cura  aceptó la invitación y fuimos a ver al edil…
Tenía que haber estallado tan cruelmente la guerra civil, para que nosotros los rusos conociéramos mejor al pueblo español, su gran patriotismo y valentía, su excepcional hospitalidad y, a pesar de la opinión formada, su excepcional virtud cristiana —la gran tolerancia en los asuntos de la fe—…


 


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