martes, 31 de julio de 2012

Paul Evdokimov: entre el cristianismo ortodoxo ruso y el personalismo
Paul Evdokimov (1901-1970) hace de puente cultural entre Oriente y Occidente y nos lleva a la espiritualidad y el mejor pensamiento ruso-ortodoxo.
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Evdokimov estudió el amor esponsal, que Oriente refleja en el icono de San Joaquín y Santa Ana
Juan Manuel Gutiérrez
El teólogo ortodoxo

Paul Evdokimov nace en San Petersburgo (Rusia). Se educa en un ambiente religioso, lleno de valores cristianos en su ciudad natal, hasta que hubo de emigrar con su familia, por motivos políticos: la revolución bolchevique de 1917.

Su vida de juventud se desarrolla entre los estudios y el conocimiento cada vez mayor del hecho religioso. Se gradúa en la Escuela Militar, a la vez que cursa estudios de Teología en la Escuela Superior de Teología de Kiev. Siendo un alumno aventajado en el currículum teológico, acabará sus estudios en el Instituto de Teología San Sergio de París (1928).

Precisamente aquí, en este Instituto, es donde nuestro pensador ruso se forjó como uno de los intelectuales ortodoxos más sobresalientes del siglo XX. Fue discípulo de Sergéi Bulgákov y del obispo Casiano. Llegó a ser, después de la II Guerra Mundial, profesor del Instituto en las materias de Patrística y Teología sistemática.

Pero su dedicación a los estudios no acaba con la Teología. En 1942 Evdokimov se doctora en Filosofía por la Universidad de Aix-en-Provence (Francia), ampliando sus conocimientos sobre el saber humano, que puso al servicio de la comunidad universitaria durante toda su vida. De ahí que en 1954 fuese nombrado profesor de Teología Moral en el Instituto ruso-ortodoxo San Sergio, y se le otorgara, por el propio Instituto, el doctorado en Teología (1962).

De entre sus obras podemos destacar: Dostoievski y el problema del mal (1942); El matrimonio, sacramento del amor (1944); Ortodoxia (1959); Gogol y Dostoievski en el Descenso a los Infiernos (1961); El Sacramento del Amor (1962); La oración de la Iglesia (1966).

Su pensamiento y estilo

El cristianismo de Evdokimov nace de la experiencia de fe nutrida en la Iglesia Ortodoxa. Interpreta la tradición oriental a la luz de la occidental, creando así un puente necesario entre ambas culturas.

Su pensamiento emerge de su experiencia. Vida y obras van unidas y encaminadas hacia un mismo ideal: la reflexión y la contemplación de la religión ortodoxa. En él encontramos al monje y al asceta, al poeta y al filósofo, al escritor y al teólogo. Más allá de la aridez cientifista de muchos pensadores del siglo XX, Evdokimov nos enseña el arte de ver la existencia humana desde los ojos de la contemplación.

Su estilo poético no choca con la realidad. No trata de evadirse de los problemas mundanos para acceder a un mundo de ensueño y mágico. Más bien trata de plantar cara a los problemas existenciales desde un lado más espiritual y pleno. Con su lenguaje poético, el pensador ruso manifiesta al lector la presencia de un Dios-Amor revelado que nos saca de la rutina diaria.

Su lenguaje claro y conciso nos transmite esperanza. La esperanza de la victoria de Cristo, el Resucitado, sobre el mal y el dolor (cf. El Sacramento del Amor, 1962). En este pensador ruso encontramos las claves de lectura sobre la esperanza cristiana. Con esta experiencia de confianza en el Resucitado, Evdokimov desea transformar al hombre y al mundo entero.

El tesoro del cristianismo

Muchos, hoy día, consideran que el cristianismo ya ha pasado a la historia. Creen que ya no es capaz de llenar los sentimientos más profundos del hombre contemporáneo. Las ciencias empíricas, la técnica y el subjetivismo se proclaman como los nuevos libertadores del hombre del siglo XXI.

Pese a todo, hay un pensador sencillo que nos muestra la riqueza del cristianismo. En un mundo de revoluciones y de guerras mundiales, nuestro teólogo ortodoxo afirma enérgicamente la victoria de Cristo y de la fe. El cristianismo aparece, pues, no como una religión retrotraída al glorioso pasado "medieval", sino como un proyecto de futuro.

Evdokimov plantea una visión cósmica de la fe cristiana, de modo que sea capaz de resolver los problemas del mundo actual. Considera que la Iglesia debe concebirse como un microcosmos, dentro de la Creación divina (cf. Ortodoxia, 1959).

Formada por comunidades vivas, la Iglesia se presenta ante el mundo como una institución solidaria, ofreciendo esperanza, ayuda socio-educativa y razones para seguir viviendo.

Una teología más humana

El pensamiento teológico de Evdokimov gravita sobre tres ejes: humanismo, ascesis y arquetipo. En efecto, encontramos en el pensador ruso un vivo humanismo cristiano, donde convierte su teología, no en algo especulativo, sino en una búsqueda insaciable de la verdad sobre Dios y el hombre. Búsqueda que finaliza en la posibilidad del hombre y la mujer de participar en la gloria de Dios. Mediante la experiencia de fe podemos pasar de la miseria humana a la felicidad plena de la verdad (sobornost), dependiendo ello de de cada uno de nosotros.

La ascesis se entiende en Evdokimov como la vía del conocimiento divino por medio del ejercicio de la voluntad humana. Gracias a la vida ascética, el cristiano se convierte en un monje en el mundo moderno. Su visión vertical le salva de la rutina y el adocenamiento existencial (cf. Las edades de la vida espiritual, 1964).

El cristiano asceta responde vivamente al ateísmo de nuestro tiempo. El ser humano se encuentra consigo mismo, con la ascesis de sus facultades. De este modo se halla capacitado para luchar contra el mal que le envuelve, en profunda compenetración (kolouteia) con el bien. Así, el pecador será, para Evdokimov, la persona que todavía no ha descubierto la plenitud vital de la fe cristiana. La fe debe tocar la existencia humana, ésta debe ser impregnada por el Espíritu Santo.

El arquetipo de la vida cristiana, sin duda alguna, es Cristo. Evdokimov ve la necesidad de que el cristiano descubra el misterio de la naturaleza humana. Esta naturaleza, dignificada con la presencia de Cristo, hace que el ser humano posea a Cristo como verdadero y único arquetipo de su vida (cf. Las edades de la vida espiritual).

Frente a las filosofías mecanicistas modernas, que atomizan y destruyen la unidad del ser humano, Evdokimov está convencido de que el hombre actual, especialmente el joven, debe vivir de cara al arquetipo Cristo. Sin Él la vida es impersonal, vacía y árida repetición de acontecimientos sin sentido alguno.

Su personalismo ortodoxo

Podemos catalogar a Evdokimov como el personalista ortodoxo por excelencia del siglo XX. Su preocupación por la persona humana se hace patente a lo largo de sus escritos. Expone la tradición oriental humanística acerca del hombre, presenta a éste como ser psicológico. Dota a la teología moderna de los datos de la ciencia psicológica (especialmente de C.G. Jung).

Sin lugar a dudas, la construcción del hombre moderno no debe aislarse de la religión. Nuestro pensador ruso es consciente de la fuerza de la voluntad humana a la hora de decidir su destino. El hombre, según Evdokimov, está llamado a construir su futuro desde el pensamiento vertical y divino.

Por ello, nos transmite la esperanza de que todavía no hay nada perdido, sustentados en la victoria divina de la Resurrección. Y, apoyándose en las palabras de Zossyma, de Los hermanos Karamazov, Dostoievski afirma: "El infierno y el paraíso no son una indemnización, un castigo o un premio, sino calificaciones de la vida que el hombre mismo crea y con la que prepara su destino".

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