Hitler contra la masonería
Más Allá de la Ciencia nº 239
Nazismo y masonería. Probablemente son los dos conceptos que han inspirado más obras de ficción a lo largo del siglo XX. Sin embargo, en muy raras ocasiones se los ha visto juntos en la literatura, cuando en el mundo real tienen una historia en común muy difícil de separar. Y la que relatamos aquí se encuentra en el límite exacto entre realidad y fantasía: siendo absolutamente cierta, el misterio que la envuelve es tan profundo que parece extraída del argumento de una película.
Desde mucho antes de subir al poder,Adolf Hitler (MÁS ALLÁ, 40, 68, 98, 201 y 229) avisó en Mein Kampf (1925) que consideraba la masonería (MÁS ALLÁ, 194, 217, 232 y 231) una enemiga de Alemania. Ocho años después, cuando los nazis se hicieron con el control de Alemania, el propio Hitler encargó a Reynhard Heydrich
que pusiera manos a la obra: había que acabar con la Orden, a la que el Führer consideraba un instrumento de control mundial en manos de los judíos. Heydrich era el segundo al mando de las SS. Para la tarea escogió a un joven prometedor, aunque sin demasiada experiencia. El elegido había desempeñado trabajos de administrativo en el recién inaugurado campo de concentración de Dachau (MÁS ALLÁ, 237), aunque quería prosperar y hacer carrera dentro del Partido Nazi. Su nombre era Adolf Eichmann. Eichmann, el nombre más odiado por los judíos después del de Hitler. El arquitecto de la solución final, el responsable de la muerte de seis millones de personas durante el Holocausto, era en 1933 un joven sin demasiado futuro que se enfrentaba casi por casualidad a un reto importante. Heydrich le encargó recabar toda la información posible sobre los masones en Alemania y que lo hiciera siguiendo un peculiar sistema de clasificación por fichas que luego sería la base del omnisciente conocimiento que las SS tenían sobre los ciudadanos alemanes. El inexperto Eichmann se reveló como un hombre increíblemente eficaz. En pocos meses reunió decenas de miles de fichas sobre masones, un logro que sorprendió a los jerarcas nazis. La masonería era una sociedad secreta y la identidad de sus miembros, un misterio. Eichmann habló de varios informantes dentro de la Orden, especialmente uno de muy alto rango al que llamó “el traidor”. Hasta aquí llegan los hechos probados. Esté atento el lector porque la información recogida en el siguiente párrafo pertenece al ámbito de la leyenda.
que pusiera manos a la obra: había que acabar con la Orden, a la que el Führer consideraba un instrumento de control mundial en manos de los judíos. Heydrich era el segundo al mando de las SS. Para la tarea escogió a un joven prometedor, aunque sin demasiada experiencia. El elegido había desempeñado trabajos de administrativo en el recién inaugurado campo de concentración de Dachau (MÁS ALLÁ, 237), aunque quería prosperar y hacer carrera dentro del Partido Nazi. Su nombre era Adolf Eichmann. Eichmann, el nombre más odiado por los judíos después del de Hitler. El arquitecto de la solución final, el responsable de la muerte de seis millones de personas durante el Holocausto, era en 1933 un joven sin demasiado futuro que se enfrentaba casi por casualidad a un reto importante. Heydrich le encargó recabar toda la información posible sobre los masones en Alemania y que lo hiciera siguiendo un peculiar sistema de clasificación por fichas que luego sería la base del omnisciente conocimiento que las SS tenían sobre los ciudadanos alemanes. El inexperto Eichmann se reveló como un hombre increíblemente eficaz. En pocos meses reunió decenas de miles de fichas sobre masones, un logro que sorprendió a los jerarcas nazis. La masonería era una sociedad secreta y la identidad de sus miembros, un misterio. Eichmann habló de varios informantes dentro de la Orden, especialmente uno de muy alto rango al que llamó “el traidor”. Hasta aquí llegan los hechos probados. Esté atento el lector porque la información recogida en el siguiente párrafo pertenece al ámbito de la leyenda.
El traidor
Entre los masones de Alemania y buena parte de los masones de alto rango del mundo circula una historia que afirma que hubo un gran maestro que vendió a todos los masones de Alemania. Que ese traidor facilitó información a los nazis acerca de las principales grandes logias. Y que como recompensa por su traición, Adolf Hitler le obsequió con una medalla de oro y diamantes. Una parodia malintencionada –puesto que los masones alemanes jamás empleaban metales nobles en sus emblemas– del propio emblema del traidor. Volviendo a los hechos comprobados, la velocidad a la que se consiguió información sobre los miembros de la masonería alemana fue un récord, y su resultado fue igualmente trágico. Más de 80.000 masones fueron asesinados en los campos de concentración. Fueron a por ellos mucho antes que a por los judíos, tal era el odio y el miedo que el Führer tenía a los que pertenecían a esta sociedad secreta. Los miembros de la Orden tenían incluso un distintivo especial dentro de los campos, un triángulo rojo con el que se les diferenciaba de los judíos –que llevaban la tristemente famosa estrella amarilla– o de los homosexuales, a los que los nazis estigmatizaban con un triángulo rosa. Los asesinatos indiscriminados de masones durante los primeros años del régimen de Hitler dieron como resultado la práctica extinción de las logias masónicas en Alemania. Hacia 1935 –aún lejos de la Noche de los Cristales Rotos que a finales de 1938 marcaría el inicio del más gigantesco pogromo de la historia–, la masonería había sido prácticamente erradicada de Alemania. Los pocos miembros que sobrevivieron tuvieron que pasar a la clandestinidad. Las logias fueron saqueadas y sus bienes, expoliados y mostrados a la vista del público en exhibiciones antimasónicas.
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